La Compañía del Santo Convenio/ Antonio Lopez Sierra

 

Hace algún tiempo, en la sagrada tierra del gran río, un señor de la guerra creó la poderosa Compañía del Santo Convenio. Una noche oscura como la sombra de un lobo ocultó aquella creación que llevaría a la zona más lóbrega, la comarca de Verenis, a la riqueza y el poder.

Bajo el sol abrasador y bajo la lluvia de medio día curtieron su piel labriegos de rostro mudo, espanta pájaros en los campos caducos de Verenis. Un señor de la guerra vio en ellos la fuerza de su ejército de valientes guerreros. Tú tendrás la espada de papel y tú la poderosa espada negra. Así repartió las armas de guerra y todos quedaron contentos.

Bajo un escudo de armas coronado por una rapaz de vuelo muerto los señores dejaron la tierra y con sus armaduras llevaron la riqueza a su amada patria.

No tardaron las ricas casas de la noble urbe en necesitar la mano diestra de estos valientes guerreros.

Los años pasaron y los señores de la Compañía vieron culminada su lucha por el poder en la sagrada tierra del gran río,  la halconera del rey Eugenio I fue protegida por los diestros caballeros. La llegada de unos siniestros señores de la guerra que provenían de la Ibérica mas tenebrosa y que dieron protección a los galeones y corbetas que nacían en el gran río, provocaron la guerra y la desazón entre aquellos primeros labriegos que un día por amor a su señor de la guerra dejaron azadas y macacos  por la espada negra  y la armadura bicolor.

Ningún imperio sobrevive a todas las caídas de las hojas ya que toda torre caerá tras ser fustigada por el paso del tiempo.

Nuestra Compañía  perdió su fortaleza y los señores de la guerra se parapetaron tras las torres para vigilar sus dominios. El final de esta historia no esta escrito pero si adivinado por brujos sin bola de cristal y que obtienen sus predicciones con hirientes lápices con memoria propia. Algunos hoy en día dicen que los señores de la guerra acarician  en sus sueños los viejos aperos de labranza ante el temor de la caída de las torres y la posibilidad de caer en desgracia con el rey Eugenio I.

Esta es la historia de un sueño del que nadie pensaba despertar. Nadie domina para siempre un reino ya que en la sombra del callejón mas oscuro siempre mirara bajo su capa un señor de la guerra provisto de su mejor arma, la paciencia.